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Tal como lo hemos hecho en este blog, veremos historias y
testimonios acerca de cada uno de los pasos sugeridos inicialmente por
Alcohólicos Anónimos, pero aplicados a todo tipo de adicciones.

Si estás haciendo un trabajo interior, buscando un cambio en
tu vida o piensas que algo no está funcionando como debería, tal vez te
convendría leer lo que viene a continuación.

Para no alargar más el preámbulo, comencemos con el segundo
paso…

 

Ramiro Calderón

Autor de «Un Favor Antes de Morir»

calderon.ramiro@gmail.com

http://ramirocalderon.wordpress.com/coaching/

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El segundo paso de Alcohólicos Anónimos dice: «Llegamos a creer que un poder superior a
nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio
«.

Este paso es muy importante porque es el paso de la
esperanza. Después del primer paso en el que admitimos nuestra impotencia y que
nuestra vida es ingobernable, es imprescindible aferrarse al segundo paso. Es
el paso que nos muestra que podremos salir adelante con ayuda.

Si el primer paso nos llevó a aceptar que solos no pudimos,
este paso nos lleva a ver que con ayuda sí podremos. Eso produce un gran
alivio; el alivio de la luz de esperanza que ilumina el futuro.

Es un paso que se da casi automáticamente al entrar en
contacto con el programa.

Cuando vemos a otras personas que se han recuperado y están
dispuestas a contarnos qué hicieron, renace en nosotros la esperanza sin
importar cuán desesperada sea nuestra situación actual.

Algo que vale la pena destacar, es que el paso no dice «Creímos
fervientemente» o «Creímos con fanatismo», sino «Llegamos a creer». Porque eso
es lo único que nos pide el programa: «Llegar a creer». Con eso es suficiente.
Con eso nuestra mente y nuestro espíritu entran en la disposición de apertura
suficiente para que el programa comience a entrar en nosotros. Cuando llegamos
a creer, nace en nosotros la disposición a dejarnos ayudar… y como dice el
conocido adagio popular: Cuando el alumno está listo, aparece el maestro.

Con su historia, Esmeralda nos podrá mostrar gráficamente
cómo actuó en ella este paso devolviéndole la esperanza:

Yo no sabía qué me sucedía. Símplemente me quería morir. Vivía en
depresión crónica. Todas las noches llegaba a la habitación en donde vivía,
perfeccionaba mi testamento y me acostaba sobre el teclado a llorar. Luego me
acostaba en la cama, abrazaba a mi almohada, me sentía infinitamente sola y lloraba
hasta quedarme dormida. Pensaba que a las personas como yo, las cosas buenas de
la vida les habían sido negadas… y una vida de dolor, soledad e incomprensión
permanentes, no valía la pena.

En mi trabajo estaba todo el tiempo al borde de las lágrimas. No podía
tener una conversación con alguien sin terminar llorando.

Mi padre, durante toda la vida, había sido neurótico y perfeccionista,
pero yo no lo sabía.

Mi madre, codependiente y complaciente, había estado tan pendiente de
ganar su aprobación, que me había dejado abandonada en el camino, pero tampoco
me había dado cuenta de eso.

Toda la desaprobación de mi padre, todo el abandono de mi madre, habían
hecho unas marcas indelebles en mi alma. No me sentía merecedora de nada bueno
en la vida. No me sentía digna de ser amada. No me sentía capaz de hacer nada
bien. Cada vez que cometía una equivocación, retumbaba en mi cabeza la voz de
mi padre diciéndome: «¿Por qué no eres capaz de hacer nada bien?».

Cada vez que fracasaba en una relación sentimental, me convencía a mí
misma de que ese era mi destino. Que las personas a quienes amaba, siempre
terminarían alejándose de mí, como lo había hecho mi madre.

Mi sentimiento de incapacidad me había hecho abandonar mi maestría… y
el haber abandonado mi maestría, me había hecho sentir más incompetente e
incapaz.

Desempeñaba un trabajo muy por debajo de mis capacidades. Siendo
profesional ganaba apenas un poco más del salario mínimo y vivía sola en una
habitación arrendada, en un lugar en donde los dueños me maltrataban cada vez
que podían.

Todas las mañanas me levantaba, me ponía mi ropa vieja, raída y pasada
de moda, me subía al bus y me proponía sobrevivir un día más. Por las noches,
cuando volvía a casa, ya no quería vivir.

Vivía gobernada por el miedo, pero no lo sabía.

Todo el tiempo pensaba que no quería ciertas cosas, pero la verdad era que
no me atrevía a intentarlas. No me atrevía a correr ciertos riesgos saludables,
por el miedo a perder lo poco que tenía.

Hace ocho años, por sugerencia de alguien conocí a Codependientes
Anónimos, un grupo para mejorar las relaciones, incluyendo la relación conmigo
misma, y mi vida comenzó a cambiar.

Cuando vi a estas personas dispuestas a darme la mano a cambio de nada,
y a algunas que habían superado situaciones más graves que la mía, sentí una
esperanza que nunca había sentido en mi vida. Después de no creer en Dios, en
la vida o en mí misma, finalmente comencé a creer en algo.

Aunque era atea, pensé que el grupo era superior a mí, y que ellos
tenían el secreto para lograr lo que yo no había podido lograr sola.

Hoy, ocho años después, estoy felizmente casada, tengo un hermoso niño,
tengo una casa, mi propio carro… y lo más importante: Me tengo a mí misma.

Ya no me salgo de mí misma tratando de controlar a otros. Ya no trato
de controlar sus sentimientos, pensamientos o sus reacciones ante mi presencia.
Ya no me daña el día que un desconocido en la calle me haga mala cara. No me
quedo pensando si algo que hice pudo haber desencadenado esa reacción, ni
pienso obsesivamente en cómo contentarlo.

Ese es el milagro que han hecho los doce pasos en mí.

Esa es la puerta que nos abre el segundo paso.

Como dice Esmeralda, no hay necesidad de ser profundamente
creyente en Dios. Lo único que nos pide este paso es que creamos en un «poder
superior a nosotros mismos», el cual puede ser el grupo o el programa.
Simplemente es creer que algo o alguien que ha logrado lo que yo no he logrado
por mí mismo (por eso es superior a mí), me va a guiar con su mano amorosa para
llegar a tener el mismo resultado.

Y por último, este paso nos da la esperanza de algún día
llegar a alcanzar el sano juicio.

Como Esmeralda, muchos no somos conscientes de nuestro
problema. Eso es falta de sano juicio.

El concepto de sano juicio cambia a medida que avanzamos en
el programa.

A veces es dejar de beber o de drogarte.

A veces es dejar de ayunar y de hacerte cortaduras y
lesiones en el cuerpo, y comenzar a cuidar de ti misma.

A veces es dejar de perseguir alcohólicos o adictos para controlar
su manera de beber y vivir tu propia vida.

A veces es dejar de perseguir adictos al sexo para tratar de
volverlos fieles a la fuerza y vivir tu propia vida.

A veces necesitas dejar de odiarte y recriminarte, para
comenzar a amarte y estimularte positivamente.

A veces necesitas vencer el miedo y comenzar a sentir la
paz, la confianza y buscar la autorrealización.

A veces necesitas salir de la negatividad y la desesperanza.

A veces necesitas salir de la depresión y la necesidad
permanente de morir.

A veces necesitas dejar de llenar tus vacíos con comida.

A veces es dejar de esconderte debajo de la cama y salir a
vivir la vida con todas sus desnudeces.

A veces es dejar de aislarte con tu Smartphone, juego,
Internet, televisión o masturbación compulsiva y salir a socializar y conocer
gente nueva.

A veces es dejar de quejarte de la situación y encontrar lo
que tienes que cambiar en ti para mejorar tu situación financiera.

Sea como sea el sano juicio, ten presente que al dar este
paso, nacerá en ti la esperanza de volver a tenerlo algún día.

Ten confianza en este programa, que después del dolor del
primer paso, casi de manera automática, el segundo paso te devolverá la
esperanza… y lo mejor, es que podrás darlo todas las veces que quieras.

________________________________________

 

Espera el próximo sábado a las
10:00 am, Tercer Paso: «Decidimos poner nuestras voluntades y
nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos»
© Alcohólicos Anónimos

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Ramiro Calderón

Mentorías en el Manejo de Adicciones

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