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¿Se puede hablar de una adicción al futuro negro? ¿Por qué
podría una persona volverse adicta al futuro negro? ¿Cuáles son las consecuencias
de tal obsesión? ¿Hay un tratamiento?

Aunque no se haya hablado mucho de esta obsesión, son muchas
las personas que podrán ver que la adicción al futuro negro es la raíz de todos
sus problemas.

Veamos a continuación la historia de Fabián…

 

Ramiro Calderón

calderon.ramiro@gmail.com

http://ramirocalderon.wordpress.com

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Siempre he sabido que soy muy inteligente. En el colegio fui el mejor
de la clase; estudié toda la carrera becado… en fin, mi vida parecía perfecta
hasta que comencé a vivir solo. Sin la presión y el control de mi madre.

Mi hogar era neurótico. Había muy pocas expresiones de afecto, muy poco
reconocimiento y muchas recriminaciones. Desde muy pequeño aprendí a no esperar
nada y luego a esperar lo peor de mis padres. Creo que era una forma de
protegerme de la decepción. No esperaba que me felicitaran. Sabía que ellos
iban a ver el punto negro en la pared blanca y que por eso me iban a regañar, a
castigar o a privar de algún premio que me habían prometido. Así crecí. Tuve
una novia optimista y me llamaba la atención cómo se ilusionaba con algunas
cosas que esperaba que sucedieran y cuando no sucedían, se entristecía. Yo era
inmune. No me consideraba pesimista, sino realista. Celebraba las cosas buenas
cuando llegaban, perno no me ilusionaba antes, argumentando que no habían
llegado.

Entonces, apenas comencé a trabajar, decidí irme a vivir solo. Quería
conocerme y conocer el mundo; poder traer a mi novia a pasar la noche conmigo
sin necesidad de rendirle cuentas a nadie; quedarme un domingo durmiendo hasta
tarde sin que me llamaran la atención ni me hicieran sentir un caso perdido.

Pero me llevé conmigo a un monstruo que ni siquiera sabía que existía y
que fue creciendo poco a poco dentro de mí hasta devorarme casi por completo.
Creció tanto, que finalmente terminó devorándose a sí mismo y por eso estoy
aquí contando mi historia.

El monstruo se llama «Predicciones negativas». Era un mecanismo
distorsionado de mi mente que no podía controlar. Estuvo relativamente
controlado mientras mi madre me pedía cuentas, mientras me obligaba a
levantarme y a cumplir con todos mis compromisos y obligaciones.

Pero apenas estuve yo conmigo mismo, sin el control de mi madre, se
comenzó a manifestar como una parálisis y un deseo de aislarme. Ese era el
síntoma superficial más evidente. Cada día era más difícil levantarme de la
cama. Sentía que una fuerza sobrenatural me amarraba por las mañanas.

Hacía unos esfuerzos sobrehumanos para levantarme a tomar cuatro tintos
bien cargados y poder comenzar el día. Llegué a la conclusión de que mi
naturaleza era asocial. Prefería quedarme en casa los fines de semana, a salir
con amigos. Ya tenía suficiente con el esfuerzo que hacía para levantarme de la
cama entre semana, como para hacerlo los fines de semana.

Los sábados y domingos descansaba del mundo, de la vida. Me encerraba a
ver televisión y no hacía nada. Así pasaron tres años.

Pero poco a poco, la parálisis y el deseo de aislarme fueron ganando
terreno. Comencé a llegar los lunes tarde al trabajo, porque casi no podía
levantarme… y en medio de la parálisis pensaba que iba a pasar lo peor en el
trabajo; que me iban a regañar; que me iban a despedir; que mi jefe me iba a
agarrar a golpes y luego me iba a humillar enfrente de todo el equipo de
trabajo.

Mi vida social era prácticamente nula pero cuando socializaba por
obligación, se repetían los mismos patrones; Miedo a hacer el ridículo, a los
reclamos que me iban a hacer cuando llegara; miedo al rechazo.

Tuve algunas relaciones con mujeres que no me gustaban pero me
buscaban, porque no era capaz de buscar a las que me gustaban. Me imaginaba que
me iban a decir: «¿Yo? ¿Novia suya? Ja, ja, ja. ¡Jamás!»

Comencé a sentir el peso de mi negatividad en todos los aspectos de mi
vida. En la oficina me preguntaba si había apagado la cafetera y como no
recordaba conscientemente haberlo hecho, me imaginaba que la cafetera podía
haber ocasionado un incendio, no solo en mi apartamento, sino en todo el
edificio, y que en el incendio podían haber muerto unas cuántas personas. No le
decía a nadie lo que había pensado, pero ese tipo de pensamientos se sobreponía
a todos los demás y me producían una ansiedad difícil de manejar.

Casi todas las noches volvía a mi apartamento con ansiedad y
preocupación, y me asomaba cautelosamente desde la esquina para ver si estaban
los policías y los bomberos esperándome para llevarme preso por ser el causante
de una catástrofe. Cuando veía la calle tranquila, sin sirenas ni cadáveres
cubiertos con sábanas, suspiraba y me acercaba a mi apartamento riéndome de mi
propia locura. Pero al día siguiente se repetía la misma historia.

Como los alcohólicos y adictos, que ven crecer los problemas que les
causa su adicción, poco a poco fui viendo con preocupación cómo crecía mi
problemática.

Me preocupaba sobremanera cuando me tocaba pasar por debajo de un
puente por miedo a que éste me cayera encima justo cuando estuviera pasando. Y
cuando me tocaba pasar debajo de un puente en un trancón, esperaba antes del
puente, así el carro de atrás me desesperara con el pito, hasta el carro que
iba delante de mí pasara completamente y yo pudiera hacerlo con rapidez.

Cuando tenía pico y placa, y me tocaba volver caminado, el camino entre
la estación de Transmilenio y mi apartamento era una pesadilla. Yo corría
ansiosamente procurando no acercarme mucho a los árboles, postes o esquinas,
pues sentía que de cualquiera de esos lugares podían salir los asesinos, atracadores,
o secuestradores que estaban escondidos con sus metralletas.

El único sitio en donde me sentía seguro era mi apartamento. Cuando
llegaba, jadeando, sudoroso y con el pulso alterado, sentía tranquilidad y
seguridad solamente en el momento en que cerraba la puerta detrás de mí… para
repetir la misma historia al día siguiente… solo que cada vez se iba poniendo
peor.

Esos pensamientos negativos, que alguna vez me habían servido para
protegerme de la decepción en mi hogar disfuncional, se habían convertido en
una fuerza sobrenatural que me manejaba como una marioneta. Yo estaba a merced
de ellos y a pesar de que era consciente de que yo los producía, no sabía cómo
detenerlos.

Cuando perdí mi trabajo sentí un alivio.

No tendría que salir más y con lo de la liquidación, si restringía mis
gastos, podría vivir durante poco más de un año, tiempo más que suficiente para
comenzar mi propio negocio desde casa.

Me fue muy bien con la planeación de lo que iba a ofrecer, el diseño de
la papelería y la página web de mi nueva empresa… pero cuando llegó el momento
de salir a ofrecer mis servicios, o de hacer las llamadas, mis predicciones negativas
hacían que no quisiera levantarme de la cama.

¿Para qué hacía el esfuerzo, si me iban a rechazar, iba a fracasar y
mis posibilidades de salir adelante eran nulas?

En ese momento sentí la impotencia ante mi tendencia a ver el futuro
negro. Me di cuenta de que así era imposible vivir, así que decidí que cuando
se me acabara el dinero, me iba a suicidar.

Afortunadamente se me ocurrió buscar ayuda antes de suicidarme.

Esa tendencia a ver todo negro, a esperar lo peor del mundo y la gente,
es tratable y la he podido abordar desde la perspectiva de una adicción.

Lo primero que tuve que hacer fue sacarla a la luz. Contar mis
pensamientos en un espacio seguro para que no me internaran en un manicomio.

Como mis pensamientos han tomado vida propia y no los puedo controlar,
lo que hago es confrontarlos para mostrarme a mí mismo lo equivocados que
están. Todo lo he tenido que hacer con ayuda terapéutica, sin medicamentos y
con un grupo de apoyo para superar la postergación y el aislamiento
compulsivos.

En este momento estoy muy contento porque no he tenido que renunciar a
mi espacio independiente, estoy sacando mi empresa adelante, no puedo decir que
esté llegándome el dinero a caudales, pero al menos sobrevivo y las
perspectivas son que mis ingresos van a seguir creciendo. Estoy enfrentando mis
miedos. He descubierto que los pensamientos negativos son la raíz de los miedos
que me paralizaban y me llevaban a postergar compulsivamente. Al debilitar los
pensamientos los miedos también disminuyen.

Ahora tengo una novia que conocí en el grupo de apoyo, socializo, salgo
de compras, llamo a mis clientes y estoy seguro de que estoy en el camino para
expresar plenamente mi potencial. Ese potencial que siempre estuvo oculto; que
siempre tuve miedo de mostrar por miedo al rechazo y al fracaso.

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Si deseas compartir tu opinión, experiencia, fortaleza y esperanza acerca del manejo de alguna adicción, siéntete libre de hacer un comentario al final de este blog, o escribiéndome a calderon.ramiro@gmail.com

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Ramiro Calderón

Mentorías en el Manejo de Adicciones

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