Estamos llegando al final de la historia de codependencia de Bethy.
Agradezco a quienes me han escrito cómo esta historia o alguna otra de mi Blog, los ha llevado a tomar conciencia sobre su problemática y a buscar ayuda. Esa es la idea.
Tengo un gran anuncio para hacer. Este espacio se convertirá en un Video Blog o Vlog en un futuro cercano.
Estamos haciendo los arreglos para hacerles llegar la información y los testimonios de una manera más amigable.
Por ahora los dejo con la continuación de la historia de Bethy…
- Capitulo XI
¡Qué codependencia tan H.P.!
Ella viene de un hogar violento con una madre que vivió dependiendo de su esposo, y ahora es el turno para ella de repetir la historia con un adicto a la cocaína y al alcohol, quien la manipula hasta el punto en que ella siente enloquecer al querer independizarse y ser libre junto a sus hijos. Pero su codependencia no la deja tomar decisiones. Siente miedo de volar. Siente temor de lo que pueda pasar si ella no está en su casa cumpliendo con lo que siente que es su obligación limpiar, atender, aguantar, sufrir….
A sus 40 años decide de una vez cerrar sus ojos, saltar al vacío y por fin vivir sin esa persona que solo se ha dedicado a volver su vida pedazos… y tiene que alejarse sin sus hijos, quienes están de acuerdo en que ella salga de casa para buscar su felicidad pero con la esperanza real de que vuelva por ellos.
¿Será posible que por fin ella pueda tomar decisiones que le den tranquilidad, que se acabe su estrés y mal humor? ¿Será posible tener una independencia económica que la lleve a esa libertad que siempre anheló?
¡Qué Codependencia tan H.P.!
Para llegar al punto en decir esta frase se necesita haber vivido momentos repetidos de angustias y no encontrar una solución a eso que me hace sentir destrozada, indignada, impotente y sin ganas de salir adelante.
Ser codependiente es una grave enfermedad, es adictiva, es enfermiza. Me sentía incapaz de poner límites, tenía un apego a esa persona que me hacía daño. Lo perdonaba todas las veces. Con solo decirme que no pasaría mas sentía un alivio momentáneo, pero a la vez miedo de esa próxima vez, sabia en el fondo que mentía que todo volvería a suceder una y otra vez.
Al principio sentía tranquilidad viéndolo tirado en cama pasando su guayabo (resaca), o drogándose en casa.
Con los años sentía preocupación acompañada de ira cuando duraba en la calle hasta tres días, pero al mismo tiempo algo tranquilidad porque mis hijos y yo no lo veríamos en esa condición.
La verdad, nunca tuve una tranquilidad completa.
Había tenido miles de momentos de angustia, mezclada con la tranquilidad del autoengaño.
Deseaba poder escribir que mi vida había sido así en el pasado, pero que había cambiado.
Deseaba poder tomar decisiones y ejecutarlas. Deseaba vivir una tranquilidad verdadera. Tener una vida con sentido. Una verdadera razón para vivir… cuando caí en cuenta de que tenía dos verdaderas razones para vivir:
¡Mis hijos!
No quería vivir más con la culpa de lo que no había hecho. No quería justificarme más diciéndome que esa era la historia de muchos. No quería pasarme los pocos años que me regalaban en esta tierra arrepintiéndome de lo que había dejado de hacer.
Pensé que existía un mañana y sentí esperanza mientras hablaba con mi hijo, quien asentía con la cabeza dándome la razón. En el fondo no estaba muy convencida de empezar a vivir de otra manera.
- Capitulo XII
Sentimientos encontrados
Sentía impotencia al escuchar a mi madre decir que el hombre es hombre y la mujer debe atender a su marido aunque llegue a los dos días.
¡Vaya sumisión que ella vivió y lo que dio de sí!
De seguro aprendí de ella a ser así, pero no es de mi gusto, como seguro no lo era para ella… pero es más fácil decir esta frase que salir a luchar por la libertad, por la dignidad.
Ayer día del cumpleaños de Carlos, quien paso todo el día en calle, y yo en casa con mi recurrente malestar con mil ideas retumbando en mi cabeza: Qué hará; con quién estará… siempre lo mismo. ¿Hasta cuándo la desconfianza? y ahora con evidencias para tener una razón para dejarlo.
Como si no tuviera miles desde hace 20 años pero yo sentía que no eran suficientes. Su adicción a la droga le hacía cometer infidelidad, conseguir a mujeres que estuvieran dispuestas a consumirla con él.
Me sentía culpable por mantener una relación virtual y quería demostrarle que todo el daño que me había hecho, me había llevado a cometer ese gran pecado. Me sentía lo peor… como una mujer infiel, que fallé en mi hogar.
Sentía ganas de gritar porque era él quien por tantos años me había fallado y ahora él quien quería hacerse ver como la víctima pero de mí no salían las palabras exactas. Sólo sentía ira y desconcierto porque no estaba segura de si en realidad era yo la que estaba acabando con mi hogar.
He llegado al punto de perseguirlo y comprobar que no se encontraba en los lugares que decía estar. Le tengo miedo. Siento que lo quiero. Siento que lo odio. Quiero que se muera. Quiero que este bien, sólo con nosotros. La verdadera locura; actuando siempre de la misma manera y esperando resultados diferentes.
Sólo espero que llegue a casa para comenzar a fastidiarlo, porque mi enfermedad me pide ahora que me maltraten. Así como su adicción es ahora más fuerte, mi enfermedad me pide más agravio para alimentarla; para victimizarme; para sentir que soy la pobrecita.
Al principio de nuestro noviazgo recuerdo, fui golpeada físicamente dos veces por él con tragos y tal vez drogado. Aún no estaba segura de su adicción. Estando embarazada de mi primer hijo, recibí un golpe en la espalda con un palo, por reclamarle al quedarse en la calle con un amigo. A lo largo de la relación, maltratada verbalmente y de nuevo hoy, once de septiembre, golpeada.
El golpe fue tan fuerte que mi cabeza palpitaba, así que lo denuncié y como un cobarde, se fue de casa.
Solo supe de él al otro día, cuando recibí una llamada de la clínica.
Necesitaban que estuviera allí. – Intentó suicidarse – me dijo la doctora. Pero sólo fue una estúpida manipulación. Al llegar a la clínica, le pregunte por qué se había hecho daño. Respondió que me había golpeado muy fuerte y que no podía olvidar la forma como mi hijo menor le gritaba que se fuera; que era un animal.
Le dije: – Te denuncié y hasta ahí llego la novela que tenia -. Me gritó que me largara; que era un estorbo; que no servía para nada. Eso dolió, pero me seguía dando fuerzas para alejarme de ese infierno. Sólo es un maldito manipulador intentando que sintiera pesar por él para seguir jodiéndome la puta vida.
Me había enamorado de él en cuanto lo vi. Ya venía de un hogar con un nazi que nos maltrataba. Pensé que mi vida sería distinta, pero sólo cambie el escenario, porque la pesadilla era igual de traumática y desesperante. Sin embargo, la enfermedad cuyo nombre aún desconocía, no me dejaba tomar decisiones contundentes y sabias. No me quería.
Mi autoestima estaba en el subsuelo. ¿Cómo podía sentirme mal, seguir y no actuar? Pero me tenía confianza. Pensé que lo haría cambiar. Desde que lo conocí, su consumo estaba con él, nunca lo dejó.
Jamás pensé que una maldita droga podría dañar su vida y a las personas que estábamos en su entorno, pero así fue. Vinieron los hijos, pero todo seguía igual. Conseguimos cosas materiales, pero la misma enfermedad de la adicción nos las arrebató. Contarlo es tan rápido, pero vivirlo es eterno y sin final…
Pero ese final aparentemente inalcanzable, algún día tendría que llegar. No podía permitir que mis hijos continuaran viendo o viviendo lo que no debían ver o vivir. Por eso esta vez no pensaría en mí, (bueno, si alguna vez lo hice), sino en la tranquilidad y en dar un mejor ejemplo para mis hijos.
Sigue humillándome. Ahora soy su enemiga numero uno. Me apaga la internet. Me ofende. Yo lo ofendo. Sigue llegando tarde, gastando dinero en la calle como soltero, y en la casa deudas por pagar. Él sólo sigue aparentando, comprándose ropa, gafas de marca, y las deudas siguen creciendo. Está en una actitud negativa y su manipulación no cambia; mi estupidez tampoco. Logró que prestara dinero a mi nombre a una entidad financiera y no sé qué hizo ese dinero.
Tengo que irme. Deseo tanto llevarme a mis hijos… pero no puedo. No es el momento. Tengo que trabajar, pero me siento decepcionada. No siento apoyo. Vivo sola, triste, con ganas de llorar todo el día, pero no me servirá. Tengo que luchar por lo que quiero, por mis hijos, por mi tranquilidad.
Quiero ser feliz y libre.
Dame las fuerzas, Jehová. Guíame. No me dejes sola. Sólo cuento contigo.
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REFLEXIONES
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- El motor interno
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- La comida nos dice muchas cosas
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