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Con esta entrada, llegamos al final de la historia de codependencia de Bethy.
Como pueden darse cuenta, ha sido todo un libro, que ha ayudado a muchas personas durante este año. Si conocen a alguien que pueda sentirse identificado(a), no duden en recomendarle el libro de codependencia de Bethy.

Nos veremos en las próximas publicaciones, con el nuevo contenido que vendrá en formato de video, con entrevistas, testimonios, conferencias, etc.
Espero que les agrade.

Ahora, dejemos que sea Bethy quien hable:

 

  • Capitulo XIII

Rumbo a un cambio de vida

El 29 de septiembre de 2012 salí rumbo a Bogotá. Ya un mes antes estaba arreglando todo para irme a buscar una nueva vida para mis hijos.

Mi preocupación más grande era que mis hijos se enteraran de que las llegadas de su padre después de varios días no eran debido a sus viajes como siempre les decía.

Una amiga me dio posada mientras conseguía trabajo. El fin era regresar por mis hijos en unos meses, pero también tenía la esperanza de que todo se arreglara; que él cambiara.

Tomé el avión. Mi hermana me llevó junto con los niños. No quería llorar. Quería hacerme la fuerte. Sentía algo extraño. No podía creer lo que estaba pasando. Por fin había tomado una gran decisión; la de salir del infierno en el que vivía.

El vuelo despegó y con él mi mente y mi alma. Me dije: – Estoy escapando pero dejo la mitad de mi vida -.

Llegué a Bogotá y bueno… otra vida. Llegar a compartir una cama en un barrio poco agradable y comenzar a buscar trabajo; pero en el fondo pensaba todo era momentáneo. Creía que volvería a mi casa, Carlos pagaría las cuotas pendientes de la casa, reaccionaría, se daría cuenta de que hablaba en serio…

Tan ilusa yo. Creo que estaba tranquilo. Ahora podría vivir su relación con Rocío, la señora que tenía una residencia en la zona roja de Santa Marta y quien le daba posada en sus constantes consumos. Alguna vez la llamé desde su celular y contestó muy amorosa pensando que era él, pero él me dijo que era su amiga y era cariñosa. Quise creerme la mentira. Era más fácil que fastidiarme.  Al poco tiempo Carlos me estaba llamando para decirme que estaba vendiendo la casa. Creo que fue lo mejor que le pudo pasar. Que yo decidiera irme.

Ahora tendría excusas para vender la casa y seguir consumiendo. No tenía intenciones de recuperarme. Sólo le importaba salir de sus malditas deudas a como diera lugar, sin importarle  dejar a sus hijos sin casa.

Le dije que la casa también era mía. Que no podía hacer eso. Se enojó y me dijo que ya estaba asesorado. Que él necesitaba pagar deudas y que el abogado le había dicho que sus deudas también eran mías.

Que yo recuerde, ¡nunca consumí cocaína con él!

Describir como se sentía mi corazón era algo difícil. Sentía un dolor; una decepción. Estaba a punto de perder todo por lo que siempre habíamos luchado.

Un prestamista llamado Salomón, quien acostumbraba a prestar mucho dinero a los empleados de Drummond me llamó. Me dijo que Carlitos, (como le decía él), estaba negociándole la casa y que ya le había pedido mucho dinero, Le pedí que no le diera más dinero, que esa casa también era mía, y así lo hizo.

Él me conoció alguna vez porque en una ocasión de supuesto arrepentimiento de Carlos, fuimos a cancelarle una gran suma y él le dijo: – Pórtese bien porque se ve que ella lo quiere mucho -. No sé si lo quería pero lo que sí tenía era una codependencia loca.

En diciembre viaje a santa marta y sí. Ya la casa estaba negociada y perdida. Tenia mil sentimientos encontrados.

Llegamos a la oficina del señor Salomón y me dijo: – Y0 no quiero quitarles su casa – y me ofreció quedarnos en ella, pero ya no sería mi casa. Sería una inquilina y no quería vivir eso.

Qué humillante y doloroso. Por eso decidí de una vez por todas, irme de la ciudad con mis hijos. Pensé mucho en qué dirían los demás y que el final de la historia seria vivir arrimados en la casa de mi suegra.

Pero más que eso, lo más terrible era tener que seguir viviendo la repetición de la misma historia infernal año tras año. Ya llevaba 20 años así; a la espera de un cambio; a la espera de una verdadera motivación que lo hiciera reaccionar pero nada funcionó.

¡Preferí escapar!

 

  • Capitulo XIV

Decisión tomada y acción ejecutada

Recogí todo lo que tenía en casa. Empaqué y aun no lo creía. Cuando me vine por primera vez a esa hermosa casa propia, creí que había descansado por fin de la búsqueda de apartamentos en arriendo y de las humillaciones de algunos arrendadores; pero no. No era así. Empezaba de nuevo.

Ahora, sola con mis hijos, me dio sólo una pequeña parte de la venta de la casa lo que me sirvió para pago de mudanzas y gastos a la llegada a la ciudad de Bogotá.

Debía seguir buscando trabajo. Ya había laborado con mi hermano, pero el pago no me servía y bueno… sé que mi hermano sólo quiso ayudarme, porque en realidad no necesitaba a nadie.

En diciembre había conocido a un amigo de mi amiga Milena. Para nada me pareció agradable. Salimos como dos veces con mi hermana, pero solo como por distraernos.

Un día antes de mi viaje a Santa Marta, decidí tener relaciones con él para sentir que era capaz de estar con alguien más que no fuera mi marido. No lo disfruté. Me sentí mal; me sentí infiel, pero lo hice.

A mi llegada nuevamente a Bogotá, esa persona estuvo pendiente de mí y mis hijos, ayudándome a conseguir apartamento.

Quería tener algo conmigo, pero la verdad yo no estaba segura y aun seguía pensando en Marcelo: Esa persona que desde que me separé, no tuvo ninguna conversación conmigo, ni para preguntarme si comía o donde dormía.

Durante mucho tiempo pensé y deseé que si tenía una nueva relación fuera con él, pero pobre de mí; vivía engañada. En cambio Nelson me visitaba a diario, preguntaba si habíamos cenado, y si necesitaba dinero para gastos.

Busque un colegio privado para mis hijos. Ahora yo era la encargada de pagar recibos, algo que no solía hacer.

Encontré un trabajo y bueno… a cumplir un horario; a madrugar y llegar tarde a casa. No sabía cómo se sentían mis hijos. La verdad, no notaba que extrañaran a su papá. Sentía que todo era mejor. Con mas estrés por mi nuevo trabajo, lo que implicaba madrugar, tomar Transmilenio, arriesgarme al peligro de Bogotá, pero  al final era mejor.

No había peleas ni gritos. No era más la mamá molesta y drogada con pastillas de sedación que un psiquiatra me había recetado porque sentía enloquecer.

Tenía tranquilidad. No sentía estrés un día antes del descanso de mi pareja al saber que no lo vería sino hasta unos días después, cuando llegaría sin un maldito peso, hastiado de droga mujeres y alcohol.

A la vez sentía tristeza de que mi hogar (o mi ilusión de hogar),

se acabara.

Ya había cumplido el sueño de tener a mis hijos y el de una hermosa casa, pero no el de un buen esposo.

Amé demasiado a Carlos. Le perdoné tanto, pero finalmente tenía que aprender a quererme a mí misma.

No quería sentirme más con ese malestar tan horrible, tan indignada, tan humillada, tan maltratada y con el miedo de que mis hijos siguieran el mismo ejemplo de su padre.

Un día, mí hijo Breyner no llegaba a casa. Eran ya las 7 pm, cuando sonó mi teléfono y alguien me preguntó si yo era la mamá de un niño que estaba tirado en un parque.

Pensé lo peor. Si le pasaba algo, yo sería la culpable por haberme cambiado a una ciudad peligrosa.

Me gustó mucho que allí estaba conmigo Nelson, ese hombre amable, para colaborarme.

Me llevó fácilmente al lugar que me indicaron. Yo no lo habría logrado tan rápido. Se encargó de la situación y hablaba como si fuera su padre. Esos detalles eran importantes para mí.

Encontré a mi hijo ebrio pidiéndome perdón. Me lo llevé a casa preocupada de que tal vez hubiera consumido algo más. Desde ese momento comenzaron los dolores de cabeza con él.

Breyner siempre fue un chico difícil. Estaba acostumbrada a las quejas de los vecinos, a los llamados de la escuela, pero siempre pensé que eran los problemas normales de un chico travieso. Nunca me imaginé lo que se aproximaba.

Imaginé que el no ver a sus padres juntos le afectaría  pero no quería sacrificar mi tranquilidad.

Llegaron los inconvenientes. Breyner se inventó una historia de matoneo. Me manipuló y decidió que no regresaría a clases. Yo, por miedo no lo envié mas a clases, y fue lo peor porque se quedaba en casa solo. Tenía tiempo para salir a la calle y encontrar malas amistades.

Su papá vino de visita por primera vez y la sorpresa no fue tan sorprendente. Dejó las maletas y salió inmediatamente.

¡Increíble! ¡Regresó al siguiente día borracho!

¡Dios mío! De solo escribirlo siento ira de ver lo tonta que he sido. ¿Cómo soportar de nuevo a este señor? No tiene conciencia de nada, y yo, como tonta, tuve que  esconder a Nelson. No quería que pensara algo que no era. Ya lo conozco y sabía que iba a decir que ya mantenía una relación con él desde Santa Marta.

Al siguiente año de estar en Bogotá le busque colegio  nuevamente a Breyner. Quedó en el mismo curso con su hermano. Los envíos de cuota alimentaria no eran constantes, así que mi hermana Claudia se mudo conmigo para aminorar gastos y colaborarnos. Al poco tiempo recibí una llamada en mi trabajo. Era del colegio, y me informaban que mi hijo sería expulsado porque había sido encontrado con marihuana. No lo podía creer.

De hecho, no lo creí. Estuve en el colegio para recoger sus papeles y sentí ira, pues pensé que lo calumniaban. Mi hijo no podía estar en eso yo le había hablado muchas veces sobre el daño que hacen las drogas.

Salí de ese colegio con el alma destrozada, con ganas de tirarme a la cama y llorar muchísimo. ¿Por qué tenía que pasar algo tan terrible en mis hijos? Los había alejado de su padre con el fin de que nunca se enteraran de sus consumos ni tuvieran la excusa para verlo como algo normal que su padre también practicaba, y hacerlo.

Decidí dejar mi trabajo con el fin de estar más pendiente de mi hijo. Busqué entonces una escuela pública y cerca a casa, pero todo fue peor. Sus consumos eran constantes.

Llegó a consumir pegante. Su agresividad hacia mí era el pan de cada día. Me sentía culpable. Pensé que tener una relación con otra persona era el motivo para que mi hijo actuara así… pero era él, esa persona con quien tenía la relación, quien me abrazaba y consolaba en los momentos difíciles.

Para este tiempo su padre había realizado dos visitas en las cuales había demostrado que para nada le interesaba recuperar a su familia. Sólo  me pedía tener sexo, a lo cual nunca accedí.

Era lógico. Ya tenía a la señora Roció en Santa Marta, una señora que una vez conocí cuando fuimos sus hermanos y yo a buscarlo.

Ella tenía una residencia en la zona roja de Santa Marta. Esa era la guarida de él para sus consumos y desorden. No entiendo cómo terminaron en una relación… o tal vez era lógico que terminaran en una relación.

Las visitas de Carlos a sus hijos siempre iban acompañadas de su alcoholismo. Nunca dejó de estar tomado, pero bueno, al menos en estas visitas saco un poco de tiempo para sus hijos.

Yo insistía en que mi hijo debía estudiar. Por eso no dejé de insistir en que terminara. Lo peor era dejarlo sin estudios.
Le busqué un colegio donde pudiera terminar más rápido y en el primer semestre le fue muy bien; me felicitaron. En los siguientes, un poco más difícil, pero a paso lento íbamos avanzando.

Los cambios en la forma de vestir en  mi hijo no eran nada agradables. Había pasado por cambiarse como ñero, colocarse piercing en la ceja, colocarse aretes, luego pasó a vestirse de negro totalmente, y a eso le agregaba la música, que para muchos no era nada agradable. Todo esto, acompañado de su rostro amargado y su papel de chico malo. Así se iba a la escuela. Me ocasionaba vergüenza pensar que la gente sacara conclusiones de que no supe criar a mis hijos.

Viajé a Santa Marta con el fin de  arreglar de forma legal la cuota alimentaria de mis hijos, y bueno… a Carlos también le convenía. Se le venían varios embargos y lo mejor era que sus hijos tuvieran prioridad sobre su sueldo.
Sé que si Carlos se hubiera enterado sobre la existencia de Nelson hubiese preferido el embargo sin importarle sus hijos para nada.

Llegué a casa de mi hermana y realicé las diligencias junto con Carlos. Estuvo algo esquivo conmigo. Yo aún no sabía que vivía con alguien, y bueno, solo quedaba esperar a que las cosas se dieran. A los dos meses recibí mi primera cuota, pero al mismo tiempo la mala noticia de que a Carlos lo despedían de su empleo. De su mejor empleo y estoy segura que su salida fue nuevamente por tantas inasistencias sin justificación.

Afortunadamente la empresa me consignó el dinero correspondiente a lo que se le liquidó. No fue mucho, pero de eso vivo hoy en día y sigo trabajando a diario para hacer crecer el capital.

Como siempre, a pesar de que él también obtuvo su parte, nunca pierde oportunidad de joderme. Me quitó una parte de lo que me enviaron, inventándose ya ni recuerdo qué… Pero todo hubiera sido peor, si no hubiera viajado en el momento indicado.

Con ese dinero decidí que debía colocar un negocio. Nelson me colaboró para buscar el local, y luego lo más difícil: Amoblarlo y equiparlo con lo que se necesitaba para un café internet y papelería.

Abrí el día 11 de agosto del 2015. El local me quedaba lejos de casa, algo que para nada me gustaba porque mis hijos se quedaban solos y no quería eso.

Para finales del mes de septiembre se presentó el papá de mis hijos, ahora sí a pedirme que regresáramos, afirmando que el comportamiento de Breyner se debía a nuestra separación. Me dijo que estaba viviendo con Rocío, según él, desde hacía poco, pero que para nada le gustaba y le producía asco estar con ella.

¡Qué poco hombre!

Yo también le informé que tenía una relación y también como él, mentí diciendo que hacía muy poco tiempo. Se quedó en casa, así que Nelson tuvo que salir de allí. Según Claudia, su marido y todos pensaban que yo mantenía una relación con Carlos. Siempre pensaban eso cuando venía de visita. ¡Qué poco me conocen!

Pero bueno, me importaba lo que sabía yo. No era fácil para mí decirle que ya vivía con alguien, pero pude decirle que ya existía alguien más.

Fueron momentos difíciles para mi pareja. No era fácil saber que otro hombre estaba bajo nuestro techo, el techo que él pagaba.

Carlos insistía en que regresáramos. Logré pensarlo, pero no estaba para nada segura. Además, su machismo en los días que estuvo en casa, me incomodaba.

Me molestó que me mandara a prepararle un café. Nelson decidió hablar con él, y decirle que si de verdad quería recuperarme, él se alejaba. Para nada le interesó porque no hizo nada por recuperar a su familia.
Seguía en su alcoholismo y tratándome mal. No recuerdo en qué momento salió de casa y Nelson regresó. Sentí tanto alivio en mi alma al poder tener mi relación abierta sin miedo a nada, y tener a mi gordo quien me consentía y respetaba.

Para el mes de diciembre llegó mi mami a visitarnos. Encontró a otra pareja en casa.  Alguna vez lo había conocido pero ahora era mi pareja. Se llevaron bien.

Aleyda también vino de visita. Mami estuvo en casa alrededor de tres meses.

Tuvo molestias en sus pies. Mis llegadas a casa eran demasiado tarde por encontrarme lejos del local, pero bueno, estábamos en la lucha aún, con ganas de salir a un mejor barrio y de poder tener más cerca a mis hijos.

El papá de mis hijos se fue a casa de Claudia. Allí se la pasaba tomando y haciéndose la victima, justificando su alcoholismo por mi culpa como si nunca lo hubiera probado, y tratándome de lo peor. Que por mi culpa tuvo que vender la casa porque no le iba a dar casa a otro hombre. ¡Pobre estúpido! Engañándose él mismo, sabiendo que esa casa ya la tenía negociada desde que vivía conmigo  para pagar sus malditos consumos.

Pasé por momentos difíciles durante su estadía. En Bogotá me trataba de lo peor. Yo hacía lo mismo. Me sentía de nuevo con un malestar horrible, como si aún estuviera viviendo con él.

Dejé de sentirme libre. Me sentía ahogadan y con ira. Tenía muchas cosas por decirle  y quería encontrar las palabras precisas que ahondaran en su corazón y entendiera de una vez por todas lo mal que me hacía sentir.

Breyner comenzó a trabajar en algo informal, pero le servía. Me sorprendí de ver lo ahorrativo que era para comprar sus cosas. Había dejado las drogas. Lo vi muy cambiado. Tomó la decisión de prestar el servicio en la policía, tuve miedo y le pedí que no lo hiciera, pero Nelson me aconsejo que lo dejara. Aseguró que eso lo cambiaria, y tenía toda la razón. Mi hijo hoy en día es un chico más maduro y que valora hasta las cosas más insignificantes.

El 25 de julio del 2016 recibí la triste noticia de la muerte de mi mami, su enfermedad del pie se había complicado y desafortunadamente en Bogotá un mal doctor le había dando un diagnostico equivocado que su  problema de diabetes estaba controlado, pero no era así, al llegar a la ciudad de Barranquilla siguió con malestar y fue internada, decidieron amputar su pierna lo que la deprimió y termino con un infarto.

¡Te extraño mami, pero estas en un mejor lugar!

Breyner ingreso a la policía. Lo llevaron a la ciudad de Villavicencio, y la verdad, sentí tranquilidad. Ya no tenía que verlo vestir esa ropa negra, ni angustiarme cuando tenía que ir a los conciertos de metal.

Cristian estaba teniendo un mal comportamiento. Me enteré de que mientras yo trabajaba, él invitaba a sus amigos a casa y allí consumían alcohol.

En dos ocasiones llegué temprano a casa, y me encontré con chicos en casa fingiendo estudiar. Decidí llevar el caso al colegio, y bueno, sobre todo quería que mi hijo menor, quien siempre había sido un chico tranquilo, reaccionara y pensara en lo que estaba haciendo con su vida.

Me cambié de barrio. Busqué una casa cerca al negocio y fue lo mejor, porque de esa manera puedo saber qué hace mi hijo.

Ya mi Cris se graduó, entró al Sena a estudiar aviación y sigue ahora en sus prácticas. El fin es que pronto entre a la universidad.

Breyner sigue en la policía prestando su servicio. Ya le falta poco para terminar. Tuve la oportunidad con mi gordo, que parece más el papá, de visitarlo en Villavicencio durante su juramento. Mi gordo también me acompaño al grado de Cristian. Con mis hermanos fuimos a tunja para verlo graduarse.

Estoy feliz. Amo a mi gordo, quien también me ama y respeta. Estoy tranquila. Mis hijos están conmigo. Breyner está mas maduro y sé que mi madre desde el cielo, está cuidándonos y esperándonos.

Desafortunadamente para mis hijos, su padre sigue igual de mentiroso. Poco se interesa en sus hijos. Nunca se esforzó en venir a uno de los momentos importantes para ellos.

Estoy tranquila. ¡Gracias Jehová, por escucharme!

 

CONCLUSIÓN

Escribir este libro ha sido de gran ayuda para mi.

Recomiendo este ejercicio a todo el que esté pasando por un proceso de recuperación.

Fue expulsar de mi vida cosas que jamás diría.

¿Y ahora qué?

¿Quien leerá este libro?

¿Qué pasará cuando las personas más cercanas a mí lo lean?

Estoy tranquila, y no me interesa que sientan lástima por mí.

Como yo, muchas mujeres han pasado y siguen pasando por estas atrocidades. A todas esas mujeres les deseo que tengan fuerza. Que hablen. Que pidan ayuda. Que puedan enfrentar a su temor, y sobre todo, que se agarren de la mano de Dios, o de su poder superior, cualquiera que sea el concepto que tengan de él.

Que a diferencia de mí, sean unas guerreras; que no callen ni soporten.

Voy avanzando poco a poco en mi recuperación y superación.

Sé que Dios siempre ha estado conmigo. Así lo siento, al ver mi vida en retrospectiva.

 

FIN


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Ramiro Calderón

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