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*El nombre y algunos detalles han sido cambiados para proteger la identidad de las personas

Juan
Carlos llegó pidiendo ayuda después de haber «tocado fondo»; había intentado suicidarse
tomando veneno para ratones. Al estar al borde de la muerte descubrió que sí
quería vivir, pero no de la forma como lo había hecho hasta ese momento.

Él era un
hombre profesional con una especialización, inteligente, educado, culto, y de
buenos modales, que no consumía alcohol, drogas, cigarrillo ni café; hijo de
una pareja de docentes universitarios perfeccionistas que, a pesar del profundo
amor que sentían por él, lo habían invalidado todo el tiempo; su madre era
neurótica y autoritaria; generalmente, le parecía que todo se podía hacer
mejor; su padre, controlador y sobreprotector; siempre trataba de solucionar
los problemas de Juan Carlos y de hacer todo por él. A pesar de ser tan diferentes,
ambos le enseñaron desde muy pequeño la misma lección acerca de sí mismo: «¡No
puedes!¡No eres capaz!»

Juan
Carlos llegó al borde del suicidio porque su problema de «adicción a todo»
había afectado su vida académica, todas sus relaciones sentimentales, su vida
laboral, sus ingresos y su salud. Sentía de manera compulsiva una atracción por
todo tipo de actividades que lo sacaran de su realidad, de su presente, de su
vida. Se convertía en un títere sin voluntad, a merced de la obsesión y la
compulsión.

Vivía
solo y casi nadie se daba cuenta de lo que le sucedía… Pero las actividades más
insignificantes, cuando eran ejecutadas por él, se convertían en
comportamientos compulsivos que le arrebataban la vida. No podía hablar por
teléfono cinco minutos. Lo hacía por horas; hacía una llamada detrás de otra y
no paraba de conversar con cada una de las personas a quienes llamaba, hasta
que inevitablemente sentía el doloroso rechazo porque los demás tenían cosas
qué hacer.

Iba
a lavar la loza después del desayuno y terminaba arreglando toda la cocina,
lavando el horno y los fogones, limpiando los gabinetes, removiendo pegotes de
mugre que llevaban años formándose, organizando todo… y cuando se daba cuenta,
eran las diez de la noche y había perdido todo un día.

Iba
a lustrar un par de zapatos y terminaba haciéndole una modificación especial al
cepillo de lustrar para adaptarlo al taladro, luego hacía una instalación con
una prensa, el taladro y el cepillo, y supuestamente se inventaba un «sistema
de lustrado automático» con el cual terminaba brillando doce pares de zapatos y
desperdiciando más de medio día.

Si
le ocurría arreglar un enchufe que estaba fallando desde hacía seis meses,
comenzaba a arreglar compulsivamente todos los enchufes de la casa, también los
electrodomésticos que habían ido quedando inservibles por diferentes daños
pequeños, y cuando se daba cuenta, llevaba tres días sin trabajar por andar
dedicado a las reparaciones.

Cuando
iba a preparar un informe para el trabajo, se podía pasar horas y horas
navegando en Internet, viendo videos en Youtube, aprendiendo cosas inútiles,
perdiendo el tiempo en las redes sociales, revisando sus cuentas de correo
electrónico, cambiando el fondo de pantalla de su computador… y cuando tomaba
conciencia de su realidad, habían pasado ocho días, tenía que entregarlo al día
siguiente, se veía obligado a trasnochar y terminaba enviando un informe
mediocre, hecho de afán, sin revisar, y lleno de errores e inconsistencias.

Le
avergonzaba reconocer que siendo un hombre adulto era obsesivo hasta para
pensar y fantasear; había perdido muchas horas de su vida, noches interminables
de insomnio, pensando en lo que haría si se ganara el Baloto o en lo que
pediría si apareciera un genio como el de la lámpara maravillosa de Aladino y
le dijera que le podría conceder solamente tres deseos. Decía que podría haber
escrito varios libros si hubiera utilizado productivamente tan solo el tiempo
que perdía soñando despierto.

Un
día comenzó a ver destellos luminosos con su ojo derecho mientras evadía su trabajo
viendo compulsivamente videos graciosos en Youtube. Pensó en visitar al
oftalmólogo, pero la compulsión ganó. Varios días después, mientras trabajaba
en medio de la angustia para presentar dicho informe al día siguiente, comenzó
a ver una sombra que le cubría parte del campo de visión en el mismo ojo. Pensó
otra vez en ir al oftalmólogo, pero ganaron la angustia y la culpa por el
tiempo perdido. Continuó haciendo su informe sin comer ni dormir, y finalmente
lo pudo presentar a tiempo. Varios días después, el oftalmólogo le dijo que le
habría podido salvar el ojo si hubiera acudido a él cuando comenzó el
desprendimiento de retina.

No
tenía un proyecto de vida, ni planes. Su vida se había convertido en una
sucesión interminable de incendios que tenía que apagar. No tenía tiempo para
planearla; a duras penas la vivía… a medias; cuando no estaba «consumiendo»
actividades improductivas, estaba ansioso y angustiado tratando de contener el
mundo que se derrumbaba sobre él por haber desperdiciado el tiempo.

A
pesar de tener dinero en su cuenta bancaria, siempre estaba pagando los
servicios públicos y los impuestos el último día, aguantándose unas filas
kilométricas y haciéndole la revisión técnico-mecánica al carro cuando ya se
había vencido. Si la compulsión no lo dejaba planear esos trámites para el
siguiente mes, mucho menos le iba a permitir planear su vida.

Sus
amigos y compañeros de oficina pensaban que era buena persona, decente,
simpático y condescendiente, pero completamente ineficaz; lo llamaban «el
hombre proyecto», pues desde hacía varios años mantenía permanentemente unos
proyectos ingeniosos que lo iban a llevar por el camino de la gloria, la
felicidad, la fama y la fortuna… pero todo estaba en su cabeza y ahí se
quedaba; nunca pasaba a la ejecución. Tenía en la cabeza un doctorado, seis
libros, cuatro empresas, diez viajes, una esposa, dos hijos y un perro.

Cada
vez que quería comenzar… la tarea más insignificante terminaba posesionándose
de su alma y obligándolo a seguir siendo una decepción para sí mismo y para los
demás. Ya no soportaba la cara de desaprobación de su novia fría y neurótica
cada vez que llegaba tarde por haber perdido la conciencia del tiempo buscando
un «ruidito» en el carro, organizando sus libros por temas y del más grande al
más pequeño, o archivando papeles.

Su
novia pensaba que debían casarse, ir a vivir a otra ciudad y no tener hijos. Él
pensaba que no debían casarse, pero cuando se lo iba a decir, terminaba
chateando compulsivamente en su celular. Terminaron acordando una fecha para la
boda que no quería, pues igual Juan Carlos no sabía qué quería.

En
un caso como éste, de adicción a muchas cosas al mismo tiempo, ¿Por dónde se
podría comenzar?

Como
hemos visto en otros escritos, la adicción es solamente la punta del iceberg.
Cuando se trabaja solamente sobre la conducta sin buscar su origen o su
naturaleza más profunda, en el mejor de los casos se cambia por otra.

Juan
Carlos tuvo que abordar todas sus conductas como un conjunto llamado «hábito de
postergar», «postergación compulsiva» o «procrastinación».

Comenzó
a identificar ciertos pensamientos distorsionados que afectaban la percepción
que tenía del mundo y de sí mismo: «no voy a poder», «nunca hago nada bien»,
«me van a rechazar», «todo el mundo me rechaza», «nadie me quiere», «siempre
termino haciendo el ridículo», «o lo hago perfecto, o no hago nada», «si cometo
cualquier error, sería un fracasado», «debería ser mejor», «debería hacer las
cosas mejor», etc., etc., etc.

El
origen de su postergación compulsiva estaba en unos miedos inconscientes muy
profundos, procedentes de unos sentimientos de incompetencia e incapacidad
ocasionados por sus propios pensamientos obsesivos. Esos miedos lo paralizaban
y lo obligaban a hacer cualquiera otra cosa diferente a lo que representaba un
desafío, a ponerle la cara a la vida y al mundo.

Una
vez tomó la decisión consciente de alejarse de dichos pensamientos, como el
alcohólico que se aleja de la primera copa, comenzaron a mejorar su autopercepción,
autoestima y autoeficacia. También trabajó sobre otros hábitos que lo frenaban
como el perfeccionismo y la incapacidad para delegar, y pudo comenzar a hacer
un plan de vida basado en sus gustos, talentos y sueños. Descubrió que no le
gustaba su trabajo, y que no tenía nada que ver con sus deseos de proyección
profesional. Finalmente tomó la decisión que había postergado durante años, de
dejar, tanto su trabajo, como a su novia.

Ahora
Juan Carlos dedica más tiempo a lo que le gusta y lo enriquece, no a lo que le
toca; ha escrito dos libros; ha iniciado su propia empresa de consultoría que
maneja desde la residencia. Ya lee las señales de su cuerpo; cuando siente ese
impulso irrefrenable por hacer algo, se detiene a pensar qué está tratando de
evitar y una vez que lo enfrenta, se da cuenta de que lo terrible habría sido
evadirlo. Todavía no tiene una relación sentimental estable, pero está
convencido de que llegará y que el no estar sumergido en una relación sin
futuro, le permitirá estar abierto y dispuesto cuando llegue la persona
indicada.

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Este
Blog ha nacido como respuesta a las innumerables solicitudes después de la
publicación del especial para EL TIEMPO 
«Chat,
porno y relaciones sexuales, entre adicciones del nuevo milenio» (para
acceder a él puedes hacer CLICK aquí).

En
esta primera fase, compartiremos con el público experiencias de personas con
algún patrón o conducta adictiva en sus vidas (no solo las conductas, sino algo
sobre el origen o naturaleza de dichas conductas), y por qué decidieron buscar
ayuda. Después compartiremos testimonios de cada una de las diferentes etapas
de la recuperación.

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Si deseas compartir tu opinión, experiencia, fortaleza y esperanza acerca del manejo de alguna adicción, siéntete libre de hacer un comentario al final de este blog, o escribiéndome a calderon.ramiro@gmail.com

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Ramiro Calderón

Mentorías en el Manejo de Adicciones

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