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*Los
nombres y algunos detalles han sido cambiados para proteger la identidad de las
personas.

 

Diego llegó buscando ayuda después de haber
destruido su matrimonio. Este hombre abandonado por su madre y criado a regañadientes
por unos abuelos poco afectuosos, que se había casado hacía pocos años, padre
de un hermoso bebé a quien adoraba, dueño de un restaurante, estricto,
neurótico, frío y distante, sufría una de las adicciones más vergonzosas y
contradictorias.

El origen de su problemática viene desde su juventud,
cuando se vino desde Pereira a Bogotá, huyendo de la disfuncionalidad familiar
y buscando nuevos horizontes. Residía en el centro de Bogotá y trabajaba como
mesero en un restaurante de Chapinero. Era un muchacho tímido, de pocas
palabras, en una ciudad desconocida, sin amigos y con poco éxito con las
mujeres. Su vida transcurría monótonamente, de la habitación alquilada en la
que vivía al restaurante y viceversa. Se masturbaba soñando con mujeres que caían
rendidas a sus pies, pero su realidad era muy diferente. La vida que tenía no
era lo que soñaba cuando salió a conquistar el mundo. Se preguntaba con dolor
si toda su vida sería el océano de aburrimiento y soledad que conocía hasta
entonces y ante esa perspectiva, contemplaba la idea del suicidio.

Un día iba caminando por la calle, cuando recibió una
tarjeta y una invitación de un hombre que le ofrecía por muy bajo costo entrar
a una cabina privada a ver videos pornográficos en VHS. Aceptó la invitación y desde
ese momento su vida cambió para siempre.
 

Después de unas cuantas visitas, la chica de la recepción
se ofreció a «darle una manito» por un precio irrisorio mientras él veía el
video. Después de eso comenzó a asistir al menos una vez a la semana para que la
chica de la recepción lo masturbara mientras veía videos pornográficos. Algunos
meses después pasaron al sexo oral, y finalmente terminaron consumando todo el
acto sexual en la estrecha cabina.

Se hicieron amigos. Comenzaron a verse fuera de las
cabinas y teniendo relaciones sexuales en residencias de mala muerte. La chica
no era bonita, pero su tarifa era accesible para el apretado presupuesto de
Diego.

Poco a poco fueron inventando más soluciones de bajo
costo para romper con la monotonía. La chica accedió a taladrar uno de los
paneles de una cabina y a dejar que Diego mirara por el pequeño agujero y se
masturbara mientras ella tenía sexo oral con otros clientes.

Así pasó la juventud de Diego hasta que lo nombraron
administrador en el restaurante. Como comenzó a ganar más dinero, destinaba una
buena parte de sus ingresos para las prostitutas. En el trabajo era serio y
callado; seguía siendo muy buen trabajador; no tenía amigos; su única diversión
eran las prostitutas; con ellas se extrovertía; expresaba sus sentimientos y
deseos.

Como toda actividad que se utiliza para llenar un vacío,
la adicción de Diego comenzó a absorberlo y a demandar más tiempo, dinero y
energía de su parte. Con frecuencia se volvía monótona y Diego hacía grandes
esfuerzos de creatividad para volver a sentir la emoción que lo sacaba del
aburrimiento y la soledad.

Tuvo relaciones sexuales con prostitutas feas y bonitas;
gordas y flacas, blancas, negras, mestizas y orientales; altas y bajitas;
monas, pelirrojas y pelinegras; jóvenes y viejas, pero siempre tenía que buscar
algo más; algo que lo sacara de la monotonía. Cuando se hacía cliente habitual
de una prostituta, probaba diferentes experiencias, hasta que se aburría
nuevamente… o lo echaban; varias veces, cuando les propuso que se dejasen
orinar, diferentes prostitutas lo rechazaron. Una vez terminó en una estación
de policía por agarrar a una prostituta a correazos.

Sin darse cuenta, comenzó a «cosificar» a las personas.
Se refería a las prostitutas como objetos, y sus subalternos y la gente en
general eran cosas que podía comprar cuando quisiera o quitar de su vista
cuando se cansara de ellos.

Diego seguía siendo un hombre sin amigos ni vida social,
cuando Andrea, la administradora del restaurante de al lado, se fijó en él.
Ella hacía poco había terminado una relación sentimental con un hombre sociable
y dicharachero por infidelidad y le pareció que un hombre callado y tímido como
Diego, jamás podría ser infiel.

A él le gustaba Andrea, pero era demasiado retraído para
invitarla a salir, (a ella no la veía como una cosa, sino como una diosa), así
que ella tomó la iniciativa en la relación. Salieron a comer varias veces;
Andrea le enseñó a bailar; ella se sorprendía al ver la candidez y la capacidad
de asombro de Diego; a veces se sentía mostrándole el mundo a un niño.

Durante buena parte del noviazgo, Diego dejó las
prostitutas. El amor lo había sanado. El sexo con amor le pareció mejor, más
intenso, más sublime que todas las experiencias aberrantes que había vivido en
el pasado. No lo cambiaba por nada… excepto que por su extrema timidez, nunca
tomaba la iniciativa ni le decía a Andrea lo que le gustaría experimentar en la
cama. Tampoco sabía divertirse de otra manera.

Poco a poco fue cayendo en la monotonía, y volvió a
frecuentar a las prostitutas. Ya no tenía el presupuesto de antes porque la
relación con Andrea demandaba dinero… pero la compulsión ganó y lo obligó a dar
otro paso que cambió su vida.

Un día, Diego decidió probar con un travesti de la calle.
Sin haber sentido nunca una inclinación por personas de su mismo sexo, decidió
probar con un travesti callejero porque le cobraba barato. El travesti le
proporcionó lo que tanto le hacía falta. Una ruptura con la monotonía, a muy
bajo costo. Siguió frecuentando travestis, al punto que cuando acordaron casarse,
Diego hizo su despedida de soltero con dos travestis.

Andrea estaba convencida de que había conseguido al
hombre ideal. Un hombre serio, callado y trabajador, que nunca se fijaría en
otras mujeres, o que si lo hacía, nunca sería capaz de abordarlas. Lo que nunca
se explicaba era qué hacía Diego con el dinero, pues parecía esfumarse de sus
manos. Era extraño que un hombre así de trabajador, sin vicios ni amigos, desapareciera
el dinero como lo hacía Diego.

Poco tiempo después de haberse casado, decidieron montar
su propio negocio: Un restaurante en el sector de Chapinero. Conocían el
sector, a los proveedores, los clientes, y los secretos de este tipo de
negocios. Tenían garantizado el éxito. De hecho, los buenos momentos comenzaron
desde el principio. Pero al trabajar en el mismo sitio, siendo socios y
esposos, Diego descubrió que tenía grandes problemas para disponer de tiempo o
dinero para sus andanzas.

A medida que fueron pasando los días sin poder visitar a
los travestis callejeros, Diego comenzó a sentirse intolerante e irascible.
Finalmente, comenzó a sacar dinero de la Caja sin que Andrea se diera cuenta, y a
ausentarse siempre con una buena justificación como buscar un nuevo proveedor o
pagar los servicios públicos.

Andrea detectó la desaparición de las pequeñas sumas de
dinero que Diego sacaba, desde el primer día. Inicialmente comenzó a observar
muy atentamente a todos los empleados sin decir nada, esperando agarrar al
culpable con las manos en la masa. Sin embargo, al poco tiempo notó que las
ausencias de Diego coincidían exactamente con los días en que se desaparecía el
dinero.

Decidió hacerse la de la vista gorda, pues una cantidad
tan pequeña de dinero no los afectaba. Además, ella conocía a Diego y estaba
con él todo el día, todos los días, y dormía con él por las noches. Se imaginó
que con ese dinero se comía algo y hacía las diligencias en taxi.

Al año nació el bebé. Diego decidió celebrar el éxito que
había alcanzado. Tenía un hijo, una esposa a quien amaba, y un restaurante
exitoso y cada vez más prometedor; era considerado un ejemplo para todos sus
familiares en Pereira; les estaba dando empleo a dos primos suyos que habían
venido a Bogotá a seguir sus pasos.

Esa noche, mientras Andrea dormía con su hijo recién
nacido, Diego cerró el restaurante, sacó una buena suma de la caja, y decidió,
solo por esa vez, irse con un par de prostitutas sin fijarse en gastos. Llegó
un poco tarde a casa, pero Andrea no le dio mucha importancia, pues él nunca
llegaba oliendo a alcohol o cigarrillo.

Andrea decidió tomarse los tres meses de licencia de
maternidad y dejó a Diego a cargo del restaurante. Él se volvió a sentir a sus
anchas, para disponer del tiempo y el dinero, pero se dijo a sí mismo que iba a
ser responsable y no acudiría a las prostitutas más de una vez por semana, ni
gastaría más que una pequeña suma.

Logró cumplir la primera semana, pero como una de las
características de toda adicción es su carácter progresivo e irreversible, la
compulsión creció dentro de él como un dragón que no había recibido comida
durante todo un año. Diego sintió como un deseo sobrenatural lo obligaba a liberar
todo el estrés y la ansiedad reprimidos durante ese tiempo… y comenzó a dar
rienda suelta a su compulsión.

Varias noches por semana se acostaba con prostitutas,
travestis y transexuales. Así comenzaron los problemas económicos. Una parte de
sí le decía que lo que hacía no estaba bien. Pero otra parte le decía que esos
tres meses iban a ser la última oportunidad de divertirse de su vida y que si
no la aprovechaba, después se arrepentiría.

Cuando Andrea volvió al negocio, todo estaba patas
arriba. Cuentas pendientes con los proveedores, salarios atrasados con los
empleados y disminución de la clientela. El restaurante iba en picada directo a
la quiebra. Lo primero que hizo fue seguir a Diego cuando salió del restaurante
en la noche. Lo vio caminar hacia un negocio de máquinas traganíquel e
inmediatamente concluyó que él podría tener un problema con el juego.

¡Cómo no se le había ocurrido! Si diego sacaba dinero y
nunca llegaba oliendo a licor, ese podía ser su problema. Estaba sacando todo
tipo de conclusiones, cuando Diego pasó frente a la puerta del negocio y siguió
caminando. Andrea continuó siguiéndolo y a la media cuadra lo vio hablando con
un travesti. Luego, Diego se fue caminando adelante, el travesti detrás suyo,
atravesaron la calle y entraron a un hotelucho miserable.

Andrea no podía creer lo que acababa de ver. El hombre
que ella amaba, el hombre con quien hacía el amor, estaba acostándose con un
travesti de la calle. Ese día se acabó el matrimonio.

Diego pidió perdón de rodillas; lloró; se dio golpes de
pecho; juró que no iba a volver a acercarse a una prostituta en su vida; lo
logró durante un tiempo, pero volvieron el aburrimiento, la soledad y las
tendencias suicidas que recordaba de su dolorosa juventud.

Finalmente llegó a la conclusión a la que llegan muchos
adictos en algún momento de su proceso. El dolor que le había traído su
compulsión por las prostitutas lo había llevado a pensar en que no podía volver
a buscarlas, pero la vida le dolía cuando no estaba con ellas. No le servía
ninguna opción. Decidió suicidarse… Pero antes de hacerlo pidió ayuda.

En este momento Diego está
firme en su compromiso con la abstinencia, y ha tenido que descubrir y trabajar
sobre ciertas grietas que ha descubierto en su carácter. Ha tenido que
fortalecer su autoestima; asiste a un grupo de apoyo en el que ha encontrado
personas con quienes se identifica y por primera vez en la vida tiene amigos;
ha dejado salir esa capacidad de amar que había reprimido desde que tiene
memoria; ama intensamente a su hijo, lo abraza y le expresa sus sentimientos
cada vez que puede; ama a Andrea aunque ya no es su pareja; ha tenido que hacer
ejercicios para vencer su fobia social y su timidez que no son más que miedo al
rechazo; ha comenzado a relacionarse con todo tipo de personas; ha recibido
apoyo de Andrea, quien lo felicita por los cambios en todo el proceso; tiene la
esperanza de llegar a tener una relación sentimental sana y honesta con Andrea
o con otra mujer algún día.

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Ramiro Calderón

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En esta primera fase, compartiremos con el público experiencias
de personas con algún patrón o conducta adictiva en sus vidas (no solo las
conductas, sino algo sobre el origen o naturaleza de dichas conductas), y por
qué decidieron buscar ayuda. Después compartiremos testimonios de cada una de
las diferentes etapas de la recuperación.

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Si deseas compartir tu opinión, experiencia, fortaleza y esperanza acerca del manejo de alguna adicción, siéntete libre de hacer un comentario al final de este blog, o escribiéndome a calderon.ramiro@gmail.com

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Ramiro Calderón

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