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*Los nombres y algunos
detalles han sido cambiados para proteger la identidad de las personas.

 

Andresito había
convulsionado por segunda vez cuando llegó pidiendo ayuda. El neurólogo le
había prohibido los juegos de video desde su primera convulsión, pero él no
entendía por qué tenía que dejar lo que más le gustaba en la vida. Una de las
labores más difíciles fue lograr que sus padres entendieran que el niño no era
el único que tenía que cambiar; que toda la familia tendría que poner de su
parte.

Él era un hijo único
de diez años, inteligente y retraído. Su madre ocupaba un alto cargo en una
empresa de tecnología; su padre, profesional y con dos postgrados, pasaba por
una depresión, pues había tenido que hacerse cargo de la casa mientras
conseguía un empleo; ya llevaba más de diez años en esa situación que lo hacía
sentir incompetente, incapaz y poco valorado.

Aunque Andresito
había sido un hijo deseado, todos los mensajes que recibía de sus padres le
hacían sentir que era un estorbo. Desde muy pequeño se acostumbró a hacer unas
pataletas colosales para llamar la atención, pues su madre casi siempre estaba
ocupada y su padre casi nunca estaba disponible para prestarle atención.

Su madre trabajaba y
viajaba mucho. Su padre veía televisión todo el día y se molestaba cuando
Andresito lo interrumpía. A la hora del almuerzo lo sentaba en el comedor, con
su platico y su cuchara, y él se iba a ver televisión en el cuarto. Una señora
les ayudaba con los quehaceres de la casa, pero estaba demasiado ocupada para
prestarle atención al niño que vivía una soledad infinita en un mundo de
adultos.

A medida que
Andresito fue creciendo, el padre lo presionaba para que fuera más
independiente y dejara de interrumpir sus programas favoritos de televisión.
Esa presión hacía que el niño se sintiera como un ser inadecuado en un mundo de
adultos; como un adulto defectuoso. Seguía haciendo las pataletas que eran la
única forma como podía llamar la atención del padre ausente y la madre más
ausente.

Pusieron en su
habitación un televisor y un reproductor de DVD desde los dos años, pero el
niño seguía pidiendo más tiempo y atención que los que le podían dedicar. Desde
muy pequeño, Andresito aprendió que si buscaba a su padre cuando estaba viendo
televisión, se ganaba un regaño… y que su madre no estaba nunca.

De pronto, el día
del cuarto cumpleaños de Andresito al padre se le ocurrió comprarle una PlayStation;
resultó ser la fórmula mágica que habían estado buscando para hacer al niño más
«independiente». Desde que llegaba del colegio, Andresito se encerraba en su
cuarto para ver televisión, «hacer tareas» y jugar. Finalmente habían logrado
que dejara de ser tan «demandante».

Al año siguiente
llegaron varios niños a vivir al mismo edificio y los padres notaron, sin
ponerle mucha atención, que cuando los otros niños invitaban a Andresito a
jugar, él prefería invitarlos a jugar con el PlayStation, o quedarse jugando
solo. Además, Andresito nunca tomaba la iniciativa de invitar a los otros
niños.

A medida que fueron
pasando los años, Andresito fue ganando peso debido a su sedentarismo. Este
sobrepeso hacía que cada vez deseara más, quedarse en la comodidad de su
habitación. Los otros niños dejaron de buscarlo gradualmente; sin embargo sus
padres estaban contentos porque su hijo se había convertido en un niño
independiente. Como premio, en su octavo cumpleaños le regalaron un Nintendo DS
(juego de video portátil).

En esos días
Andresito comenzó a recibir agresiones en el colegio de un grupo de muchachos
más grandes, que le robaban el dinero y lo ofendían por su aspecto físico. Él
nunca les comentó a sus padres; prefería escapar de esa dolorosa realidad
sumergiéndose en sus mundos virtuales en donde era un héroe apuesto y atlético
que rescataba princesas y aniquilaba monstruos, extraterrestres y dragones.

Entonces comenzaron
los problemas académicos, la impotencia ante el problema de sobrepeso de
Andresito, la aversión que comenzó a tener hacia el colegio, y cada vez se
hacía más notoria su preferencia por estar encerrado.

Andresito tenía una
sesiones maratónicas de juegos de video. A veces pasaba la noche en vela
jugando y al día siguiente estaba muy cansado para ir al colegio. Las únicas
pataletas que hacía eran cuando sus padres trataban de interferir en sus
rutinas de juego. Entonces sus padres prefirieron dejarlo; al fin y al cabo, él
era un niño muy «independiente».

Con el Nintendo DS,
Andresito dejó de interactuar con otros niños en el Colegio. Dejó de tener
amigos. Durante los recreos, se sentaba en un rincón y se encerraba en su
propio mundo virtual al que accedía a través de su consola portátil. Tampoco
volvió a usar sus otros juguetes.

Un día, su madre lo
amenazó con regalar todos sus otros juguetes si no los volvía a usar.
Andresito, sin dejar de mirar hacia el televisor, le contestó que no había
ningún problema. Su madre lo reprendió diciéndole que la mirara cuando le
hablara. Andresito puso pausa en su juego, la miró con ojos penetrantes de
contrariedad y le dijo: «¡No hay problema! ¡Puedes regalar todos mis otros
juguetes!». Acto seguido quitó la pausa y siguió jugando.

Otras veces cuando
lo obligaban a interrumpir para comer, dormir o para alguna salida en familia,
Andresito contestaba con una tremenda agresividad. Una vez su madre le apagó la
consola, y Andresito rompió la puerta del closet de una patada.

Cuando no estaba
jugando, estaba pensando obsesivamente en lo que tenía qué hacer para pasar al
siguiente nivel, en los errores que había cometido y en las nuevas estrategias
que debería implementar. De cualquier manera, siempre estaba encerrado en su
propio mundo. Los juegos que más le gustaban eran los de estrategia, acción y
rol; había probado con los deportivos, de aventura o de simulación de
vehículos, pero no le gustaron.

Un fin de semana, a
los diez años, al final de una jornada de dieciocho horas seguidas de juegos de
video, Andresito convulsionó. Habría podido seguir jugando, de no ser por la
preocupación de sus padres, que lo llevaron de urgencia a una clínica cercana.

En esa ocasión, el
neurólogo le dijo que debía alejarse por completo de los juegos de video.
Andresito sintió como si le hubieran prohibido que respirara. Le habían quitado
su medio de vida, su razón para vivir, su vida. Entró en una depresión
monumental, pues no sabía qué hacer además de comer, para llenar el vacío de su
existencia sin juegos de video.

A él no fue al único
a quien se le desbarajustó la vida. También a sus padres, quienes no sabían qué
hacer con su hijo en semejante situación. Además, no tenían tiempo.

Comenzaron a
permitirle usar los juegos de video de manera supervisada y controlada.
Inicialmente una hora al día. Luego dos horas al día. Llegaron a permitirle un
máximo de tres horas en un día, pero sucedió lo inevitable. Andresito volvió a
convulsionar.

Esa fue la situación
que hizo que los padres tomaran conciencia sobre la gravedad de la situación de
Andresito. Entonces decidieron buscar ayuda para él; para que pudiera
despegarse de los juegos de video sin sumirse en una depresión profunda.

Ya en recuperación
Andresito cuenta con asombro que a veces aguantaba las ganas de ir al baño tres
y hasta cuatro horas, para no despegarse del computador o de la consola de
videojuegos. De alguna manera, todo lo que tenía que ver con la realidad, le
chocaba; quería estar metido permanentemente en sus juegos y ser uno de los
personajes. Le molestaba comer, dormir, hacer sus necesidades y cualquier
actividad que lo sacara de sus juegos; por supuesto, socializar e ir al colegio
fueron las primeras actividades que comenzó a odiar. Celebra que ya no sufre
dolores de espalda, insomnio ni depresiones y disfruta bañarse. Lamenta no
haberse dado cuenta de su problemática antes de las convulsiones, pues ha
conocido otros casos de adictos al juego que después de un período de recuperación
han podido volver a jugar moderadamente. En su caso, tiene los juegos de video
prohibidos de por vida. Pero por otro lado, agradece que esta crisis haya sido
el detonante hacia una vida social y familiar mejor que lo que había conocido
en toda su vida.

Durante el proceso
de recuperación, los papás de Andresito han tenido que trabajar en ellos
mismos. El padre ha trabajado sobre su adicción a la televisión, hizo un curso
sobre finca raíz y ha comenzado su propio negocio de intermediación el cual maneja
desde casa mientras Andresito está en el colegio.

La madre ha tenido
que trabajar sobre su incapacidad para decir NO en el trabajo, y ahora pasa más
tiempo con la familia.

Andresito ha aprendido a socializar, tiene nuevos amigos, ha bajado de
peso, monta en bicicleta y en patines, juega con los otros niños del edificio,
ha comenzado a querer el colegio nuevamente, está conociendo poco a poco a sus
padres, sintiéndose amado por ellos y convenciéndose, día a día de que es un
niño digno de ser amado, que los demás disfrutan su compañía y que puede hacer
las cosas bien.

Actualmente no tengo
información de grupos de apoyo gratuitos para el manejo de esta adicción. Si
algún lector sabe de alguno, le agradecería compartir dicha información en la
sección de comentarios.

¿Eres adicto a los juegos de video?

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deseas acceder gratis a un test, (extraído del libro, Caught in the Net. de la
Dra. Kimberly S. Young, del Center for on-line addiction, traducido y adaptado
a la problemática de los juegos de video por Ramiro Calderón).

En esta primera fase,
compartiremos con el público experiencias de personas con algún patrón o
conducta adictiva en sus vidas (no solo las conductas, sino algo sobre el
origen o naturaleza de dichas conductas), y por qué decidieron buscar ayuda.
Después compartiremos testimonios de cada una de las diferentes etapas de la
recuperación.

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Si deseas compartir tu opinión, experiencia, fortaleza y esperanza acerca del manejo de alguna adicción, siéntete libre de hacer un comentario al final de este blog, o escribiéndome a calderon.ramiro@gmail.com

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Ramiro Calderón

Mentorías en el Manejo de Adicciones

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