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Somos testigos, y víctimas, del flaco favor que le hace cierto periodismo a la realidad nacional y mundial. Hemos pasado de tener periodistas serios, creíbles, juiciosos y comprometidos con la verdad a ciertos pichones mensajeros que han ido perdiendo los elementos fundamentales y naturales de la transmisión de la verdad y los hechos.

Hoy la tendencia de cierta prensa del mundo, de la cual alguna colombiana no ha escapado, es la de ofrecer una visión parcial y deformada de la realidad; de acumular hechos sin sentido, redundantes, homogéneos, trivializados y fragmentarios, que buscan dar la sensación que estamos bien informados, lo cual no es cierto; de idolatrar a la «actualidad», que conduce al apresuramiento y a la rapidez sin profundidad, así como al sacrificio de la verdad; de tener una visión artificial de la realidad, producto de la renuncia a conocer la verdadera naturaleza de los hechos; a omitir lo invisible (pasiones, sueños, esfuerzos, sacrificios, realidades, pasados, presentes y futuros, acontecimientos históricos, entre otros) que por no salir en los medios no dejan de ser reales; a sacralizar la opinión, sin ningún análisis y profundidad, simple reproducción del juicio emitido por algún “experto” que se toma como palabra sagrada, gestando un nuevo “intelectual”: el “opinador”, aquel que ha sido elegido por el medio y le corresponde con su entera fidelidad, opina de todo siendo experto en nada, opina al filo de la actualidad y suda superficialidad en sus opiniones. Todo lo anterior está muy bien explicado en el libro «Desinformación. Métodos, aspectos y soluciones«, de Gabriel Galdón López, doctor en Ciencias de la Información y consultor internacional en estos temas.

Según Gerald Grant, algunos de los que se encuentran en los medios se convierten en periodistas “correveydiles”, gregarios, serviles y despersonalizados, producto de que se les pide simplemente que ejerzan con eficiencia un método formal, la famosa pirámide invertida, con el fin de producir “noticias” en masa, rápido, de un día para otro (o de domingo a domingo…), anunciándolo como “el resultado de años de investigación”.

El caso de la revista Charlie Hebdo o el manejo que le dio cierta prensa colombiana a recientes controversias sobre el bienestar y los derechos de los niños muy conocidos por todos, incluso el auge de programas y periódicos sensacionalistas en los cuales se trabaja la pseudo-verdad y la pseudo-noticia, abrieron nuevamente el debate sobre la libertad de expresión y el ejercicio del periodismo. ¿Pueden algunos medios de comunicación tergiversar y desinformar amparados en un derecho sin ningún deber? ¿Son los periodistas inmunes a la verdad? ¿Por qué ese afán de proyectar lo anormal dejando atrás lo que es normal?

Mientras lo esencial del ser humano, su valor y dignidad se omiten en los titulares e informes, algunos medios y periodistas glorifican el aborto, atacan las creencias y la fe, exaltan las drogas, el lujo hedonista, lo sexual y “para – sexual”; como si fuera poco confunden la sátira con el humor sucio, celebran las ruinas morales de la egoísta jet set, se rinden ante el político camaleónico que agrede y rebuzna y se arrodillan ante la estupidez obscena de Miley, de Justin, de Lady… En palabras de Pilar Urbano, comunicadora de gran reconocimiento internacional, los periodistas se han convertido en “espejos locos de un mundo loco”.

La información sobre temas religiosos, por ejemplo, no llega al corazón de la religión: los medios “objetivistas” se centran en cuánto dinero recaudan las iglesias o cuántas personas peregrinaron a un centro religioso, o si un sacerdote cae en su fe y comete un delito; pero nunca abordan el trabajo de miles de sacerdotes, monjas y religiosos en general que ofrecen su vida por otros, ayudando, formando, orientando, promoviendo la fe y el espíritu, como tampoco voltean a mirar cuántas personas y familias se santifican en sus hogares y en sus trabajos; no, eso no es noticia, pero no serlo no significa que no exista, que no suceda a diario.

Y es que el periodismo mira para el lado que no es. Y eso es lamentable porque pierde visión, pierde el norte de su oficio. Kathy Kerchnner, autora de libros sobre el ejercicio informativo, indica que lastimosamente algunos medios periodísticos se interesan más por lo negativo. «Si un reportero huele una rosa, inmediatamente busca el ataud«, sentencia con crudeza.

El periodista Malcom Muggeridge, que al final de su vida se convirtió al catolicismo, reconoció en cierta ocasión con suma tristeza: “A menudo he pensado…que si hubiera sido periodista en Tierra Santa en tiempos de Jesucristo, me hubiera dedicado a lo que ocurría en la corte de Herodes, habría intentado que Salomé me concediera una exclusiva de sus memorias, hubiera investigado que tramaba Pilatos…y mientras tanto me habría perdido por completo el acontecimiento más importante de todos los tiempos.”

Retomando a Galdón López algunos medios creen que si pasa algo hay que informar, y si se manda a alguien a informar hay que conseguir que cada día cuente algo. ¿Cómo? ¡Como sea! Y esto sucede por varios factores entre ellos que algunos medios están sometidos a lo que los inversionistas de turno les indiquen. Cuando el de la plata dice que hay que hacer esto o aquello, por rating o por revancha por alguna decisión desfavorable a sus intereses comerciales o sus anhelos personales, el panorama no puede ser más complejo para la verdad.

«Son las mentiras recalentadas
Nos alimentan con carne procesada
Y la gente sigue desinformada
Una noticia mal contada
¡Es un asalto a mano armada!»

Multiviral (Calle 13)

Ojalá los cientos, miles de periodistas y medios que buscan hacer un periodismo de verdad no decaigan, se fortalezcan y abran sus emisoras, telediarios y rotativas a tanto profesional con sueños de verdad y transparencia, y desde la experiencia y el valor que tiene ser PERIODISTA formen, enseñen, guien e informen para bien de todos. Que no siga imperando la lógica mercantilista y distorsionante de la noticia por encima de la lógica natural de la verdad.

De seguir así como vamos los informativos, periódicos y emisoras deberían indicar, al comienzo de sus programas o en su primera plana que “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”…

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